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Catherine Healy, de maestra a prostituta

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En la sociedad en la que vivimos, la visión que se tiene de los maestros, profesores y educadores es cada vez más negativa. Esto también puede verse como un ejemplo de hacia dónde camina la propia sociedad, desprestigiando uno de los trabajos más importantes que existen. Los profesores ya no cuentan con herramientas suficientes para poder enseñar en clase, y la educación de los alumnos muchas veces brilla por su ausencia. Lo peor de todo es que a la hora de intentar inculcar esos valores, en ocasiones los profesores nos encontramos con la propia situación familiar del alumno. Unos padres que pretenden saber cómo educar a sus hijos y que lo están convirtiendo en un monstruo lleno de frustración. Unos progenitores que no son capaces de poner límites y enseñar a sus hijos el respeto que la figura del profesor merece. El clima en las aulas es cada vez más enrarecido, y tampoco ayuda que las leyes educativas sigan cambiando cada poco tiempo.

Sin embargo, cuando conocemos a alguien que afirma ser profesor o profesora, automáticamente sentimos una oleada de respeto hacia esa persona. Sobre todo si no es la encargada de dar clase a nuestros hijos, situación que haría cambiar esa percepción. Ser educador siempre ha sido el sueño de muchos, y convertirse en profesor es, además, un objetivo a conseguir en determinados países donde ese puesto está bien visto y mejor pagado. Un trabajo fijo, con buenas ventajas de vacaciones, con un sueldo aceptable que además va creciendo año tras año… Claro que la profesión también tiene sus contras, pero sin duda, los pros son mucho más evidentes, incluso ciñéndonos a lo práctico. Y es que muchos ponen esto en segundo lugar, optando por ser educadores solo por pura vocación. Enseñar es una de las cosas más bonitas a las que una persona puede dedicarse, y aunque a veces se nos ponga a prueba, la pasión por mostrarle el mundo a otros es mayor. Sin embargo, también hay casos en los que una educadora decide dar un cambio radical en su vida, dejar la profesión y dedicarse a otros menesteres. El de Catherine Healy fue muy sonado, ya que la chica dejó las clases para convertirse en prostituta.

Una vida tranquila como profesora

La vida de Catherine Healy se podría definir como absolutamente normal en sus primeros años. Nació a las afueras de Wellington, en el seno de una familia bastante liberal. Aquello también le permitió tener una conciencia social muy desarrollada desde bien joven, asistiendo a marchas y protestas con sus madres. El peor momento de su vida llegó a los 15 años, cuando su madre falleció, dejándola bastante desamparado. Catherine se rehízo, logro entrar en la Escuela para Profesores y se convirtió en una maestra de Primaria en Wellington. Así estuvo durante nueve años, con una vida bastante tranquila, compartiendo piso en algunas ocasiones con otras chicas jóvenes, ya que el sueldo tampoco era la gran cosa. Fue a través de una de sus compañeras cuando descubrió el trabajo sexual desde dentro.

Su cambio de rol hacia el trabajo sexual

La compañera de Catherine llevaba ya un tiempo viviendo con ella cuando decidió confesarle que se dedicaba a la prostitución. La profesora al principio se sintió horrorizada, una reacción normal ante este tipo de revelaciones, teniendo en cuenta la visión que hay sobre el mundo del sexo profesional. Sin embargo, poco a poco fue conociendo más sobre las actividades que desarrollaba su amiga. Incluso llegó a acompañarla a alguna de sus citas, comprobando que los clientes solían ser respetuosos. Su compañera solo trabajaba cuando quería, ganaba más dinero que ella y además, disfrutaba haciendo lo que quería. Aquello cambió el chip para Healy, que tuvo incluso una primera experiencia con un cliente en aquel momento. Sin embargo, la cosa no salió bien y perdió el interés.

Pocos años más tarde, en 1986, la maestra respondió a un anuncio en el que se pedían chicas para una sala de masajes. Era evidente que no buscaban solo masajistas, sino mujeres dispuestas a tener sexo por dinero. Curiosa, Healy decidió volver a probar y esta vez sí, se quedó trabajando como prostituta, primero en esa sala y luego en otros burdeles. No tardó en dejar la enseñanza, arguyendo que no se sentía cómoda al tener dos trabajos. Siendo prostituta podía ganar más dinero que con su sueldo de maestra de primaria, así que lo vio claro. Se mantuvo durante siete años trabajando como prostituta, tanto en Nueva Zelanda como en el extranjero, y entró en contacto con muchas otras compañeras, comprobando la realidad que vivían. Es así como Catherine Healy se convirtió en una de las caras visibles del movimiento por los derechos de las prostitutas en su país.

Defensa de las prostitutas libres

Tras su etapa dentro del mundo del sexo de pago, Healy se convirtió en activista por los derechos de las prostitutas. Su experiencia le había permitido meterse de lleno en aquel mundo, e incluso llegó ser detenida en numerosas ocasiones por ofrecer sexo a varios clientes. Sin embargo, jamás llegaron a procesarla, y es que la ley en Nueva Zelanda en los años 80 no castigaba la prostitución en sí, sino que la mantenía en una especie de limbo alegal. Las cosas cambiaron en 2003 con la primera ley que dejaba de discriminar a las prostitutas. Catherine Healy fue una de las voces más importantes del movimiento pro derechos de las trabajadoras sexuales, tanto que llegó a ser reconocida con diferentes premios en todo el país.

Y es que la forma en la que Healy hablaba sobre la prostitución distaba mucho de la imagen macabra y sórdida que muchas veces se da del negocio. No es que esa parte no será real, pero no es la única que podemos encontrar en los burdeles. La propia Healy se ponía como ejemplo de chica que había decidido por su propia voluntad entrar en ese sector. Era su decisión y los demás no podían imponerle sus propias creencias, como tampoco se debe imponer a ninguna mujer que tenga sexo con un cliente si no lo desea. Ese es el camino de lucha que Healy comenzó en los años 90, tratando de normalizar un trabajo que ella considera totalmente digno, pese a las miradas irascibles de ciertos sectores en su país.

Una decisión muy polémica

La situación de Catherine Healy no fue precisamente sencilla. Cambiar un trabajo razonablemente respetado como el de maestra por el de prostituta podría parecer una auténtica locura. Sin embargo, la neozelandesa lo tuvo claro desde el primer momento y meditó mucho su decisión antes de dar ese giro a su vida. La polémica duró varios años, pero al final la mayoría acabaron respetando a Healy. Hoy por hoy publica libros, da charlas y conferencias en universidades de prestigio y sigue luchando por dignificar un sector que siempre ha estado vilipendiado. Las prostitutas tienen mucho que agradecer a Catherine Healy.