Ser maestro y enseñar a los niños a leer, a escribir y a aprender las cosas más importantes en la escuela es como un sueño para muchos. Es uno de los trabajos más hermosos del mundo, pero también uno de los más complicados y exigentes, porque la presión de tener a esos adultos del futuro en nuestras manos es brutal. La necesidad de desarrollar una forma de aprendizaje que no se centre solo en hacerlas más listos, o en que sepan recitar como loros, sino en que asimilen por completo los conceptos que están aprendiendo, será una parte indispensable de nuestro trabajo. Si bien es cierto que todavía se sigue utilizando la fórmula “tradicional” en muchas escuelas, otras están abogando por teorías alternativas para el aprendizaje, sobre todo en las edades más cortas.
Una de las cosas que todas estas nuevas teorías pedagógicas infantiles tienen en común es la necesidad de aprender jugando, de una manera relajada, distendida, adaptándonos a las necesidades de movimiento y a la propia curiosidad del crío, para hacerles llegar esos conceptos importantes mediante el juego, casi sin que se den cuenta. Este tipo de aprendizaje está muy bien valorado, por el hecho de que se aprovecha el juego para inculcar todos esos conceptos importantes, y supone un paso adelante en la educación infantil e incluso primaria, en sus primeros niveles. El profesor debe ser consciente de cómo ofrecer estos juegos para el aprendizaje, controlar en todo momento su desarrollo y guiar, aun sin que se den cuenta, a los niños hacia el resultado que estamos buscando, el aprendizaje gamificado.