En la sociedad en la que vivimos, la visión que se tiene de los maestros, profesores y educadores es cada vez más negativa. Esto también puede verse como un ejemplo de hacia dónde camina la propia sociedad, desprestigiando uno de los trabajos más importantes que existen. Los profesores ya no cuentan con herramientas suficientes para poder enseñar en clase, y la educación de los alumnos muchas veces brilla por su ausencia. Lo peor de todo es que a la hora de intentar inculcar esos valores, en ocasiones los profesores nos encontramos con la propia situación familiar del alumno. Unos padres que pretenden saber cómo educar a sus hijos y que lo están convirtiendo en un monstruo lleno de frustración. Unos progenitores que no son capaces de poner límites y enseñar a sus hijos el respeto que la figura del profesor merece. El clima en las aulas es cada vez más enrarecido, y tampoco ayuda que las leyes educativas sigan cambiando cada poco tiempo.
Sin embargo, cuando conocemos a alguien que afirma ser profesor o profesora, automáticamente sentimos una oleada de respeto hacia esa persona. Sobre todo si no es la encargada de dar clase a nuestros hijos, situación que haría cambiar esa percepción. Ser educador siempre ha sido el sueño de muchos, y convertirse en profesor es, además, un objetivo a conseguir en determinados países donde ese puesto está bien visto y mejor pagado. Un trabajo fijo, con buenas ventajas de vacaciones, con un sueldo aceptable que además va creciendo año tras año… Claro que la profesión también tiene sus contras, pero sin duda, los pros son mucho más evidentes, incluso ciñéndonos a lo práctico. Y es que muchos ponen esto en segundo lugar, optando por ser educadores solo por pura vocación. Enseñar es una de las cosas más bonitas a las que una persona puede dedicarse, y aunque a veces se nos ponga a prueba, la pasión por mostrarle el mundo a otros es mayor. Sin embargo, también hay casos en los que una educadora decide dar un cambio radical en su vida, dejar la profesión y dedicarse a otros menesteres. El de Catherine Healy fue muy sonado, ya que la chica dejó las clases para convertirse en prostituta.